9.7.12

William Shakespeare - Soneto 23




XXIII

Como un imperfecto actor en el escenario
que a causa de su miedo se sale de su papel,
o como un odio tan repleto de furia
que su inmensa fuerza debilita su propio corazón,

así yo, temiendo confiar, olvido los pasos
de la perfecta ceremonia del amor que me lleva,
y con el propio poder de mi amor parezco hundirme,
sobrecargado con el peso que la fuerza de mi amor tiene.

Oh, dejen que mis libros sean entonces los elocuentes,
los adormecidos ventrílocuos de las palabras de mi pecho,
los que supliquen por amor y busquen una recompensa
mayor de la que esa lengua jamás sería capaz de expresar.

Oh, hay que aprender a leer lo que el amor escribe en silencio:
sólo la fina inteligencia del amor puede oír con los ojos. 




Corto el teléfono. Me tapo con las sábanas y me quedo mirando el techo. Hacía años que no hablábamos por teléfono y hacía dos desde la última vez que vino a la Argentina. Su voz aniñada me enternece, me recuerda intensamente partes de mi pasado pero a la vez me choca lo que me cuenta con esa voz, me estremece que me hable de su Universidad, de los problemas con sus directoras de tesis, de las peleas, de que el día anterior a venir estuvo vomitando de los nervios. Cierro los ojos y trato de imaginar su  vida, esas cosas por las que está pasando y que apenas unas pocas palabras bastan para que mi imaginación se dispare. Y recuerdo por un instante una película que vimos juntos muchos años atrás: Hable con ella, de Almodóvar. Estábamos los dos con lápiz y papel queriendo escribir notas para un posible trabajo, pero en algún momento dejamos las cosas y nos sumergimos en la película. En cierta manera me siento como la torera que no deja de mirar a Marco que llora emocionado, ensimismado, apoyado en una columna, al escuchar a Caetano Veloso cantar “Cucurrucucu paloma”. Sí, siento como si hubiera una cámara que muestra primero algunos personajes secundarios y que luego se queda con ella, la muestra diciéndose a sí misma que siente vértigo, que no está segura de cómo va a salir todo, que le cuesta dormir, y luego me muestra a mí mirándola a ella, tratando de seguir sus pensamientos, de leer con los ojos su silencio, mientras que de fondo se oye a Caetano cantar: “Dicen que por las noches nomás se le iba en puro llorar/ Ay ay ay paloma, no llores/ Las piedras: ¿qué van a saber de amores?”




XXIII

As an unperfect actor on the stage,
who with his fear is put besides his part,
or some fierce thing replete with too much rage,
whose strength’s abundance weakens his own heart,

so I, for fear of trust, forget to say
the perfect ceremony of love’s right,
and in mine own love’s strength seem to decay,
o’vercharged with burden of mine own love’s might.

O, let my books be then the eloquence
and dumb presagers of my speaking breast,
who plead for love and look for recompense
more than that tongue that more hath more expressed.

O, learn to read what silent love hath writ:
to hear with eyes belongs to love’s fine wit.


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